África, China, India, Filipinas o Perú serán los motores del crecimiento en un futuro no muy lejano; la población de Nigeria alcanzará para entonces los niveles de Estados Unidos y países como Ucrania registrarán fuertes avances gracias a su inversión en educación. Son las principales conclusiones del informe El mundo en 2050 elaborado por la economista global del HSBC, Karen Ward (Southampton, 1980) y donde se analiza el potencial de estos países para crecer. En la parte más decepcionante de la tabla, Brasil y Europa. Todo bajo una premisa que se ha demostrado, cuando menos, poco realista: que los gobiernos tomarán las decisiones que mejor convengan a sus economías.
Pregunta. ¿Qué hará que el mundo sea diferente en 2050?
Respuesta. El mayor cambio será el crecimiento y la influencia de los países emergentes. En estos momentos, las economías desarrolladas aún dominan el crecimiento global, el sistema financiero, el comercio, la política mundial… y todo eso habrá cambiado sin duda para 2050. Porque la productividad potencial de los emergentes es tan superior a la de los desarrollados que es una cuestión de tamaño y de que la ley de la gravedad actúe. China para entonces será la mayor economía del mundo, India ocupará el tercer lugar y entre las 30 primeras economías mundiales estarán 19 de las que ahora consideramos emergentes.
P. ¿Qué debería preocuparnos?
R. Uno de los temas que sobresalen en el escenario de 2050 son las limitaciones de los recursos, si habrá suficiente energía, comida o suficiente agua. Tenemos un equipo dedicado a analizar las consecuencias del cambio climático y, sin duda, la mayor de sus preocupaciones es la escasez de agua y ese elemento juega también un factor geopolítico importante. Pero he de confesar que soy optimista después de lo que ha sucedido en el campo de la energía en los últimos 10 años con la emergencia de Estados Unidos como potencia y cómo ha cambiado el panorama energético el gas y el petróleo de esquisto. Con el agua pasará algo similar a lo que ha pasado con la energía. La presión de la demanda hará subir los precios y cuando alcancen un nivel significativo generarán el incentivo necesario para investigar y apostar por la tecnología pero también para mejorar la eficiencia. Es la mano invisible que mueve el mercado, como diría Adam Smith.
P. ¿De qué países hablaremos en 2050?
R. Yo soy muy optimista con China e India y no lo soy tanto con Brasil, simplemente porque está en un nivel de desarrollo mucho mayor como media de su población y para dar el siguiente salto tiene que hacer un trabajo muy duro, empezando por la educación donde no hay apenas avances. En esa línea también situaría a Rusia, en este caso por razones políticas; Egipto, que era una economía estrella para mí y cuyo Gobierno no se ha movido en la dirección que esperábamos. También incluiría a Europa para quien no preveíamos grandes avances en el crecimiento, pero que aún no logra dejar atrás la crisis y también está teniendo un comportamiento mucho peor de lo previsto y eso se dejará notar.
P. ¿En la parte positiva?
R. Hemos hablado de China e India pero África está registrando unas de las mayores tasas de crecimiento del mundo desde hace tiempo, también porque partía de niveles extraordinariamente bajos. Las presiones deflacionistas surgidas con la crisis han puesto tanta presión sobre los costes que ha permitido aflorar a algunas de las economías que estaban más abajo con más rapidez de lo que podríamos haber anticipado. Es el caso de la costa Este africana, de Bangladesh, Filipinas o Perú.
P. ¿Cuáles son las claves de ese crecimiento?
R. En un mundo global hay que resultar atractivo para atraer a grandes empresas. Eso implica tener trabajadores bien formados, con flexibilidad para trabajar las horas que necesite la compañía, flexibilidad también en la retribución —que es uno de los problemas que tiene España con los salarios muy ligados a la inflación y un sistema de retribución muy rígido— y permitir que las empresas puedan manejar esos costes en función de la evolución del ciclo. También influye cómo los gobiernos tratan a esas empresas, no solo lo relativo a la fiscalidad, sino la regulación, los derechos de propiedad, las infraestructuras... En Europa se discute si habrá o no una mayor inyección monetaria por parte del Banco Central Europeo (BCE) cuando en realidad nada de lo que haga el BCE va a resolver esas cuestiones. Esa es la única manera de garantizar que Europa sale adelante en los próximos 10 años y que no acabará como Japón.
P. El informe recalca que la democracia no es un requisito importante para el desarrollo de las economías.
R. Para el desarrollo de un sistema social, no hay duda sobre los beneficios de la democracia. Pero el reto para cualquier sistema, democrático o autoritario, es ser capaz de tomar decisiones de largo plazo, adoptar medidas que quizás no tengan efecto o recompensa hasta dentro de 10 o 15 años. Ese es uno de los mayores retos que Europa tiene en este momento. Una de las mejores frases en esta crisis fue la de [el actual presidente de la Comisión Europea] Jean Claude Juncker: “todos sabemos lo que tenemos que hacer, lo que no sabemos es cómo hacerlo y ser reelegidos”. El reto para los políticos es que algunas de las decisiones que deben tomar pueden no dar resultado por un largo periodo de tiempo.
P. ¿La crisis ha hecho todo eso aún más difícil?
R. Creo que muchos de los problemas a los que nos enfrentamos han sido aflorados por la crisis, no causados por la misma. Todos sabíamos que nuestras poblaciones envejecían, que nuestros estados del bienestar eran demasiado generosos, pero cuando las rentabilidades de la deuda eran muy bajas y todo parecía funcionar bien, los gobiernos preferían dejarse llevar. Se trata de cómo damos a la gente la seguridad que reclama hoy y logramos, al mismo tiempo, que las poblaciones miren hacia delante y sean conscientes de las consecuencias que tienen esas decisiones. Ese es nuestro verdadero problema.
P. ¿Estamos preparados para ello?
R. Es pura matemática. Hay un determinado número de gente que trabaja y paga impuestos y mantiene a otro grupo que depende del sistema. Las decisiones que se tomen deben perseguir la equidad intergeneracional, no pueden estar dominadas por la parte más envejecida de la población. La política quizás está en crisis, en parte, como consecuencia de ese debate generacional. Los partidos que están surgiendo y ganando influencia lo hacen porque hablan en nombre de los jóvenes y de aquellos que se sienten excluidos.