Esa miserable entrega de nuestra soberanía hecha por el déspota hizo que perdiéramos nuestra raison d’État, aceptando implícitamente la condición de “prisionero geopolítico” que ambas naciones limítrofes históricamente buscaron imponernos por diversos medios a través de una perversa diplomacia coercitiva. Humillante maleficio que hasta ahora nuestros gobernantes no han sido capaces de deshacer y que es la causa principal de nuestro rezago económico.
La recuperación del valor de esa razón de Estado original y su inteligente aplicación a los desafíos del presente son las dos grandes tareas que tiene por delante el gobierno del presidente electo Horacio Cartes. Resulta obvio que la renovación de nuestra diplomacia debe llevar en cuenta los grandes cambios de circunstancias que han tenido lugar con el paso del tiempo, tanto en la vida nacional como en la región y el mundo. La diplomacia contemporánea del Paraguay debe estar en consonancia con riesgos y oportunidades desconocidos a los fundadores de la primera República de la América del Sur. Pero sería un error desestimar la acertada visión que ellos tuvieron en su tiempo de los hechos y de las circunstancias que gravitaron en torno a los intereses nacionales, o considerar que esa óptica ya no sirve para anticipar muchos de los dilemas que hoy enfrenta nuestra nación en un mundo globalizado y una región ideológicamente fragmentada.
Por más de que en última instancia se admita que la visión diplomática de los Padres de la nacionalidad en su intransigente defensa de la soberanía nacional ya no se adecua a los tiempos actuales, ella, no obstante, seguirá reflejando cierto credo de autoestima acerca de la significación del Paraguay en la historia suramericana; lo que fue, lo que es y lo que será como Estado pivot enclavado entre dos grandes naciones, tradicionalmente rivales, que seguirán tapujándose por la primacía de sus intereses en nuestro país.
Más aún, con las grandes usinas hidroeléctricas compartidas, que constituyen componentes clave de la seguridad nacional de los países condóminos, Paraguay se ha convertido para ellos en un imprescindible aliado estratégico, por más que hasta ahora por arrogancia se nieguen a reconocer esta irónica realidad geopolítica. Si hasta hoy ellos se muestran reacios a reconocer como corresponde cuán importante es el Paraguay para sus intereses, eso se debe también, en gran medida, a que nuestra diplomacia no ha sido suficientemente hábil para colocarse a la altura de los desafíos y oportunidades que permanentemente tenemos en las relaciones con nuestros vecinos y socios.
En ese sentido, nuestra diplomacia debe convencer a Brasilia y Buenos Aires de que acepten a nuestro país como un socio estratégico, en vez de considerarlo un coto de caza, como hasta ahora. Lo que de ninguna manera aceptamos más los paraguayos es que nuestros vecinos y socios pretendan continuar explotando descaradamente nuestros recursos naturales engatusándonos con lisonjas y prebendas. La piedra angular de la diplomacia paraguaya ha sido siempre el principio de que todos los países son iguales y que todas las naciones tienen su dignidad. Ni Francia ni López aceptaron jamás que Brasil o Argentina les escribieran libretos de comportamiento ni roles a cumplir, y el Mariscal Francisco Solano López prefirió sucumbir al frente de sus últimos soldados antes que someterse a la voluntad de los verdugos de nuestra patria.
En más de 200 años de vida independiente, solo el autócrata Alfredo Stroessner embarró esa límpida tradición diplomática del Paraguay con la vil entrega de nuestra soberanía en ITAIPÚ y YACYRETÁ, mediante la firma de tratados leoninos diseñados por Brasil y Argentina para apropiarse indebidamente de la valiosa energía eléctrica generada en las gigantescas usinas construidas no con el dinero de los contribuyentes brasileños y argentinos –como falazmente han pregonado siempre nuestros socios– ,sino con recursos propios autogenerados por las propias centrales impulsadas por las aguas del caudaloso río Paraná de las que Paraguay es copropietario en partes iguales con sus vecinos ribereños.
El nuevo gobierno debe reinventar la diplomacia de Carlos Antonio López como la primera línea de defensa de los intereses nacionales, con la mira puesta en el desarrollo del país hasta el máximo nivel posible, posibilitando que el Estado genere las condiciones para proporcionar prosperidad y felicidad a los ciudadanos, incluido lo atinente a otros estándares, como democracia y derechos humanos, sin caer en desvaríos ideológicos perturbadores. Ese debe ser el máximo objetivo del gobierno colorado de Horacio Cartes si aspira a producir el cambio que lleva aguardando la expectante ciudadanía desde hace más de un cuarto de siglo. La clave del éxito diplomático del nuevo gobierno será la habilidad para combinar el credo nacional paraguayo a nivel estratégico, con la prudencia y flexibilidad inherentes a las relaciones internacionales.
La nación paraguaya fue y continúa siendo una sociedad pacífica, porque tiene la profunda convicción de que la lógica de la fuerza es siempre enemiga de la libertad. Por eso se ha adherido invariablemente a los principios universales que rigen las relaciones internacionales para defender sus derechos e intereses, tanto en lo político como en lo comercial, dejando siempre en claro que por ningún motivo está dispuesta a renunciar a su libertad de acción para proteger su soberanía y sus legítimos intereses. Prueba de esta determinación es que sus fronteras son íntegramente fronteras de guerra, regadas con la sangre generosa de sus hijos.
En última instancia, el desafío que enfrenta la diplomacia paraguaya de cara a la actual crisis del Mercosur no pasa por el dilema de retirarse o permanecer dentro del mismo, sino por la forma en que nosotros los paraguayos concebimos nuestra responsabilidad como país socio y los métodos para precautelar nuestros derechos dentro del bloque comercial, a modo de asegurarnos que nuestros socios no vuelvan a pisotear los acuerdos solemnemente concertados, ni valerse de los mismos para inmiscuirse en nuestros asuntos internos, violentando impunemente nuestra soberanía.
En cuanto a la indignante situación que el país sobrelleva en ITAIPÚ y YACYRETÁ desde hace cuarenta años, llegada es la hora de poner fin a esa claudicación de soberanía que la nación paraguaya tiene el derecho de repudiar porque la humilla, y le perjudicó y le perjudica en sus legítimos intereses. Para el efecto, nuestra diplomacia debe adoptar un curso de acción pragmático. Más allá de las inequidades y abusos de los respectivos tratados que deben ser rectificados, lo que ahora el nuevo gobierno debe exigir al Brasil y a Argentina es la revisión de los mismos y un acuerdo que nos restituya nuestra soberanía hollada en virtud de los leoninos tratados. De hecho, Paraguay debe reclamar el fin del manejo arbitrario de las usinas por parte de nuestros socios y la libertad de disponer libremente de la energía eléctrica que le pertenece. Si Argentina y Brasil se niegan –como es seguro que suceda– invocando el lírico principio del “pacta sunt servanda” con que siempre corrieron a los timoratos Presidentes de la República paraguayos, nuestro Gobierno debe recurrir sin más demora a las instancias internacionales de justicia, como la Corte de La Haya y la Organización Mundial de Comercio, en demanda de sus justos reclamos.
Mientras tanto, con litigio o sin litigio en proceso, las usinas binacionales continuarán operando normalmente. Y como ellas interceptan el espectro de la seguridad nacional de Brasil y Argentina, más temprano que tarde, ambos socios tendrán que atender nuestro justo reclamo. La problemática de ITAIPÚ y YACYRETÁ configura el máximo desafío que tiene por delante el gobierno del presidente electo Horacio Cartes. Un histórico desafío que desde la defenestración del tirano Alfredo Stroessner ningún Presidente de la República se ha animado a encarar, más por venalidad que por falta de determinación.
La memoria colectiva de esta humillación que sufre desde hace cuarenta años la nación paraguaya nos remite al coraje que tuvo el presidente boliviano Evo Morales cuando se le plantó al bravucón presidente del Brasil, José Ignacio “Lula” da Silva, exigiéndole el fin de la inicua explotación comercial de que era víctima Bolivia por parte de ese país con el mísero precio que le pagaba por su gas. Brasil se resistió a la justa exigencia boliviana, amenazando incluso con el empleo de la fuerza militar, pero el presidente Morales se mantuvo firme en su demanda hasta obtener lo que exigía.
Llegó la hora en que el Paraguay también debe defender con dignidad y firmeza sus derechos y soberanía hoy pisoteados por Brasil y Argentina.